lunes, 23 de julio de 2012

Ausencia de ti

Acariciando el vacío que dejaste recuerdo cada momento en que me sonreíste. Cada momento en que me miraste con tus ojos verdes, cada minuto que me hablabas con aquella voz que me enloquecía, cada instante eterno en el que me abrazabas fuerte, muy fuerte, consiguiendo que nos fundiéramos y fuéramos solo uno. Cada día que me escuchabas llorar, cada instante que me susurrabas al oído un “te quiero” sincero, cada segundo que disfrutabas observando mi risa, cada momento que pensabas en lo peculiar que era a menudo, y cada momento de después en el que pensabas que era esa rareza lo que tanto te enamoraba de mí. Cuando recorrías dulcemente mi cuello con tus labios, cuando me hacías cosquillas en la nariz con tus largas pestañas, o cuando reseguías la silueta de mi cuerpo con tus dedos de aquellas manos que me cogían fuerte cuando me quebraba por dentro, y que conseguían tapar y esconder el dolor que ahora ya nadie esconde, que ahora cada uno de los poros de mi piel exhala continuamente, envolviendo libre y cruelmente mi cuerpo, sumiéndole en ese estado de amargura que nunca antes había sentido.

No quiero que ninguno de esos recuerdos me abandone y me deje aún más sola de lo que ya estoy en realidad. Cada uno de esos recuerdos tan preciados para mí y que nunca dejarán de hacerme sentir, llorar, soñar y emocionarme cada vez que les dé vida evocándolos de nuevo en mi mente, a escondidas, para que nadie sepa que ahora no hago nada más que vivir de ese pasado que un día decidimos empezar a construir juntos, de ese pasado que ahora ya no tiene dueños reales, que solo sobrevive gracias a mis esfuerzos por recordarlo cada día entre llantos.


Y es que tengo miedo de que ese pasado precioso se muera por no ser rememorado nunca más. Esa es la razón por la que cada uno de esos recuerdos recuperados los guardo delicadamente en la cajita de vidrio llena de polvo donde cada semana me dejabas una caricia para que no me sintiera sola cuando te marchabas, esa cajita que rompiste no hace tanto, esparciendo los trozos de cristal por el suelo de mi ser, para que con sus afiladas puntas me cortase los pies y sintiera ese dolor que quieres que sienta, observando impotente y entre lágrimas como la sangre empapa las puntas de mis dedos cansados de secar mis mejillas enrojecidas.


Yo te pregunté si ya nunca más volveríamos a vernos; tú me dijiste que no tenía que ser así necesariamente, que el tiempo lo decidiría todo… Pero el tiempo ha pasado y yo ya no existo por ti. De hecho, el único modo que me queda para acercarme a ti, abrazarte y reírme a tu lado como hacíamos antes es esperando a que sea medianoche, cuando nos encontramos cada día en mis sueños, donde nada ni nadie puede adentrarse en mi cerebro y recordarme la dura realidad que trato de ignorar entonces.


Ahora que ya no estás, ahora que según tu opinión ya nada nos une, ahora que por desgracia me he dado cuenta de que realmente ya no volverás a esperarme nunca más en el portal, ni volverás a regalarme flores, ni me escribirás uno de esos poemas que tanta vergüenza te daba enseñarme y que no me leías hasta que te lo suplicaba entre besos y caricias... Es ahora cuando quiero escribirte mil cartas llenas de palabras bonitas hasta saturar tu buzón, es ahora que quiero volver atrás para borrar los momentos en que no nos entendíamos y ocuparlos de nuevo con miradas llenas de ternura que siempre lo solucionaban todo, es ahora que quiero correr hacia donde estés para coger tu cara y gritarte que yo por ti siempre sentí y siempre sentiré ese amor verdadero que cada noche prometías sentir tú por mí.


Es ahora, en ausencia de ti, cuando mis lágrimas intentan borrar ese fatídico día en el que decidiste poner un punto final en nuestra historia… Supongo que ahora solo me queda buscar otra excusa para seguir disfrutando de ti en secreto, porque ya no sé dónde estás, pero… sigues aquí. Siempre seguirás conmigo en mis sueños.